Cuando ocurre un gran terremoto, la atención del público se dirige inmediatamente a lo tangible, como el estado de los heridos físicamente, la cantidad de personas fallecidas o los edificios derrumbados. Pero estos fenómenos detonan otras conscuencias menos tangibles: el deterioro de la salud mental.
El estrés traumático aumenta después de un desastre, dicen los investigadores. Un estudio que examinó a sobrevivientes de 10 desastres encontró que un tercio de ellos sufrieron un diagnóstico posterior al desastre, siendo el trastorno de estrés postraumático el más frecuente (20 %), seguido de depresión mayor (16 %) y trastorno por consumo de alcohol (9 %).
El deterioro de la salud mental se ha documentado en una serie de desastres recientes, incluidas las secuelas del terremoto de Northridge de magnitud 6,7 en 1994 y el terremoto de magnitud 6,2 en Christchurch, Nueva Zelanda, en 2011.
Este es el relato de una mujer dominicana que prefiere permanecer anónima sobre lo que vivió la mañana de este miércoles:
El deterioro de la salud mental a veces puede verse oscurecido por las fases de un desastre. Inmediatamente después de un desastre, los investigadores han documentado que puede haber un subidón emocional en la comunidad cuando las personas entran en un modo de rescate heroico, seguido de un período de luna de miel en el que la comunidad se une y existe una esperanza poco realista de que todo pueda volver a la normalidad rápidamente. Pero luego puede haber una larga fase descendente, y puede ir acompañada de estrés, agotamiento y fatiga.
En la República Dominicana se debe hacer más énfasis en la respuesta post desastre que no sólo se restrinja al estado de dolencias físicas y pérdidas estructurales, sino también el componente de salud mental.
