El impacto ambiental de los conflictos bélicos comienza mucho ante de que sucedan las batallas, ya que la construcción y el mantenimiento de las fuerzas militares consume una enorme cantidad de recursos.
Pensemos en que la elaboración de las armas es un proceso que requiere metales y elementos de tierras raras, agua e hidrocarburos. Mantener la preparación militar significa entrenamiento, y el entrenamiento consume recursos. Los vehículos militares, los aviones, los buques, los edificios y la infraestructura requieren energía, y la mayoría de las veces esa energía es petróleo, y la eficiencia energética es baja porque no es prioridad. Las emisiones de CO2 de los ejércitos más grandes son mayores que muchas de las de los países del mundo combinados. La institución que más genera emisiones en el mundo es la Armada de los Estados Unidos.
Los militares también necesitan grandes áreas de tierra y mar, ya sea para bases e instalaciones, o para pruebas y entrenamiento. Se cree que las tierras militares cubren entre el 1 y el 6% de la superficie terrestre global. En muchos casos, estas son áreas ecológicamente importantes.
El entrenamiento militar crea emisiones, trastornos en los hábitats terrestres y marinos, además de producir contaminación química y acústica por el uso de armas, aviones y vehículos.
Mantener y renovar el equipo y el material militar significa costos continuos de eliminación, con implicaciones para el medio ambiente. Las armas nucleares y químicas crean problemas ambientales a lo largo de su ciclo de vida. Lo mismo es cierto para las armas convencionales, particularmente cuando se eliminan mediante quema o detonación a cielo abierto. Históricamente, grandes cantidades de municiones excedentes también se arrojaban al mar.
Una historia de débil supervisión ambiental ha dejado a muchos países con graves legados ambientales vinculados a la contaminación militar, con impactos en la salud pública y enormes costos para la remediación ambiental. Estos continúan creciendo a medida que se identifican contaminantes emergentes como sucedió con el agente Naranja utilizado por el gobierno de los EEUU en Vietnam.
La deforestación a menudo aumenta durante los conflictos. La mayor parte del tiempo esto se debe a la sobreexplotación por parte de las comunidades que de repente dependen de la madera y el carbón para el combustible y la calefacción. Pero también puede ser como resultado de que bandas armadas o criminales se aprovechen del colapso de los sistemas de gestión. Las estrategias civiles de afrontamiento también pueden conducir a la sobreexplotación de otros recursos naturales o a prácticas perjudiciales para el medio ambiente, como la refinación artesanal de petróleo. Y en algunos casos, los sistemas comunitarios de gestión sostenible de los recursos pueden verse interrumpidos.
El daño ambiental y la degradación también pueden provenir de la extracción de recursos utilizados para financiar conflictos. En muchos conflictos, los grupos armados compiten por el control del petróleo, los recursos minerales o la madera. Los métodos de procesamiento, como el uso de mercurio en la minería de oro, pueden contaminar los cuerpos de agua. Además de los grupos armados y los trabajadores artesanales, las empresas privadas también pueden estar activas en las zonas afectadas por conflictos, a menudo operando con una supervisión ambiental mínima.
Queda muy claro que la guerra no es solamente una afrenta a la seguridad de las poblaciones humanas, sino a la calidad ecológica de los hábitats de miles de especies de animales y plantas.